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 Autor: Profesor Jean-Yves Hayez

 

Traducción: Ana Teresa Van der Horst 

El ejemplo clínico presentado en este artículo no tiene como objetivo el exponer la totalidad del proceso psicoterapéutico individual de Javier, de casi 17 años de edad, sino mostrar cómo el recurrir al internet permitió sobrepasar rápidamente y bien una situación muy delicada.  

En la parte teórica del artículo, aprovecho también para discutir algunos temas relativos a la sexualidad de los jóvenes y a la función de los psicoterapeutas en ese aspecto.

 

Los padres de Javier se separaron cuando él tenía cinco años.  La mayor parte del tiempo él vive con su madre y tiene contactos regulares y no conflictivos con su padre.  Tiene una hermana un año menor que él, Joanna, con quien se entiende bien.  Él tiene una inteligencia normal superior y asiste a una escuela de enseñanza general, con un rendimiento escolar mediocre (mezcla de pereza y de pasividad; poca motivación y, como  lo descubriré poco a poco, pobre autoestima y presencia de preocupaciones secretas que perturban su atención).

La fase más crítica de la psicoterapia

I. La invasión de las angustias de muerte.

 

Después de tres semanas del inicio de la terapia, el padre, muy preocupado, me volvió a llamar para decirme que la situación se había degradado todavía más: Javier estaba viviendo en ese momento intenso temor a la muerte que lo incapacitaba mucho.  Le puse una cita rápidamente y le hablé de la llamada que me hizo su padre (quien no se lo había ocultado).  Javier me confirmó sus nuevas angustias y me las describió en detalle (eran tan fuertes que él no era capaz de “seguir” la clase: se tomaba el pulso para verificar si seguía vivo). Él me aseguró que no vinculaba este empeoramiento con ninguna experiencia precisa ni con ningún cambio relacional, ni con nuevas cuestiones de vida sobre que haya reflexionado recientemente.

 

Yo le comuniqué entonces una hipótesis que su discurso despertó en mí, en torno a la culpabilidad y de la auto-agresión: “Es como si una parte de ti mismo te atacara y quisiera tu propia muerte… ¿Sería posible que tú te reproches algo? ¿Qué te sientas culpable de algo grave sin atreverte a confesarlo? ¿O de lo que no te acuerdes en este momento?”. Él no encontró nada en un primer tiempo, y cuando ya era hora de terminar la sesión, yo le propuse que buscara en sí mismo hasta la sesión siguiente.

 

Como Javier vive a más de cien kilómetros de mi consultorio, que había urgencia y que ambos estamos muy interesados por el Internet, yo le propuse que hiciéramos la sesión siguiente tres días más tardes vía Internet y MSN[1], con cámara web y micrófono.  Él aceptó gustoso, al igual que su padre a quien informé ese arreglo.  

  1. II. Recurrir a una mensajería instantánea de Internet. 

Tres días después, un sábado en la mañana, ahí estábamos con el MSN, cámaras y micrófonos en funcionamiento.  Javier me dijo de entrada que sus angustias siguen siendo tan fuertes como antes y que no está haciendo nada bien en la escuela.  Yo lo escuché describir con detalles sus preocupaciones, y luego relancé la hipótesis de reproches que tal vez él se hacía y de una auto-agresión que él podría estarse infligiendo.  Lo vi de inmediato muy avergonzado[2], triste.  Me dijo tener algo muy grave que contarme pero que nunca se atrevería ya que era algo demasiado vergonzoso.  Yo lo tomé en serio y lo estimulé, primero por medio de generalidades: “Trata, es importante que tú te expreses para que te puedas sentir mejor”.  Luego, ante su inhibición persistente, le propuse, medio como si fuera una broma, una u otra ilustración, de las que tengo la intuición que no se aplican en su caso[3]: “¿Qué, tú no te atreves a decirme que lanzaste a alguien a un río? “¿Qué tú fantaseas con actos muy sádicos cuando te masturbas? ¿O que ya has bebido tu pipí?”  Eso lo hizo reír – bueno, un poco- y murmuró como respuesta: “¡Si no fuera más que eso!”  Continuó diciéndome que se sentía demasiado avergonzado, y luego dijo que estaría dispuesto a escribírmelo pero no a decírmelo, y sobre todo que no quiere verme mientras revele eso[4].  Yo acepté entonces desconectar la función video bilateralmente y de cortar la función sonido de él hacia mí.  Así que Javier continuaba escuchándome, pero era por escrito que él continuaba expresándose en mi pantalla, como en un chat ordinario.  En cuanto a mí, yo continué hablando salvo al principio cuando, para animarlo, le hice una u otra proposición escrita que apuntaban hacia las dos transgresiones humanas fundamentales: “¿Qué tienes que decirme que te parece tan grave? ¿Mataste a alguien? ¿Hiciste el amor con tu madre?”  Javier respondió: “Es casi eso”.  Dr. Hayez: “¡Adelante, Javier, explícame!”

 

Y él me escribió, con frases breves, estimulado por mis reacciones y mis peticiones de que precisara, que él tuvo una relación incestuosa con su hermana Joanna durante siete años[5].  Eso le produjo una vergüenza terrible, él estaba seguro de que él era totalmente responsable ya que él tiene un año más que ella.  Sin embargo, no hubo coacción y ellos se buscaban mutuamente: a veces era uno, otra vez el otro quien lo solicitaba.  Fue él quien decidió parar a los 14 años “porque eso estaba yendo demasiado excesivo” (simulación del acto sexual e inicio de penetración; primeras eyaculaciones: “tres gotas, no más”, añadió él un poco ingenuamente.  Salvo al final, la actividad se mantuvo “basic” (¡según sus términos! O sea, sin penetración de ningún orificio).  Esos encuentros íntimos sucedían ya fuera donde el padre o donde la madre, a quienes ellos siempre ocultaron bien sus acciones.

 

A medida que Javier me hacía comprender la progresión de esas actividades, y más allá de mi manera de actitud hacia él, caracterizada por la gravedad y el respeto hacia lo que él me revelaba, le comenté que consideraba yo que lo que pasaba entre ellos se convirtió progresivamente en un incesto,  ya no se trataba de juegos sexuales banales.  Esto porque ellos habían funcionado, durante un período muy largo, como dos partenaires o compañeros, puesto que sentían que tenían suficiente al tenerse uno al otro y porque Javier admitió que, entre Joana y él, también había mucha complicidad: “

 

Su reciente temor a la muerte surgió poco después de haber sabido que su hermana no se sentía bien, desde el punto de vista emocional, y había ido a consultar con un psi: “Eso que pasó la demolió también a ella y soy yo que soy culpable de todo”, comentaba él.  “Sin embargo, ella pretende que no es a causa de eso que ella tiene problemas.  Nosotros hablábamos de eso un poco, a veces, pero ella dice que eso no le hizo nada… dijo que en su cabeza eso es como un sueño agradable”.

 

Llegar a esa descripción no se logró de una sola vez.  Después de que Javier comenzó a escribir, yo vi pequeñas frases sucederse rápidamente en mi pantalla, en parte espontáneamente, como una confesión que hay que “vomitar” una vez comenzada, y en parte en respuesta a las solicitudes de precisiones que yo le pedía.  Una u otra vez, me pareció que él minimizaba las cosas en relación a algunos elementos particularmente vergonzosos (la duración muy larga; la llegada de la pubertad…), pero yo, provisionalmente, no insistí.  Pensé que eso podría crisparlo o inhibirlo y en realidad ¿acaso dice uno siempre todo a su terapeuta?

 

Cuando tuve la impresión de que Javier llegaba poco a poco al final de esa primera evocación escrita, le propuse que reconectáramos las dos funciones: video y sonido.  Él aceptó sin problema y yo pude observar en directo lo que él estaba viviendo justo después de esta confesión de una gran falta, vivida como tal: al principio yo no veía en la pantalla más que una esquina de la frente de Javier, con actitud huidiza y casi acostado sobre su mesa.  Poco a poco, en parte espontáneamente y en parte siguiendo mi invitación, él se enderezó y recentró su cara en la pantalla, y yo me alegré de constatar que él miraba intensamente la cámara unas dos o tres veces, es decir que se atrevía a mirarme a los ojos.  

¿En qué consistió nuestro diálogo durante esa última parte de la sesión?

 

En el centro de la crisis. 

De manera general, él estaba durmiendo muy mal (conciliaba el sueño hacia las dos de la madrugada) y sus ansiedades seguían siendo muy altas. Me pidió que le recetara medicinas que lo ayudaran y yo le prescribí el Lormetazepam a utilizar oralmente y transitoriamente, según se necesitara, y bajo reserva de ajustes posteriores.

Él continuó contándome sus sentimientos e ideas de ese momento a propósito de lo que pasó, en parte respondiendo a las hipótesis emitidas en mi correo electrónico: él todavía se entiende bien con Joanna, pero comoquiera actualmente se enviaban a menudo “puyas”, como para mantener una distancia, y ella ya no inspira sus pensamientos sexuales.  No sólo él tenía vergüenza, sino que también sentía miedo de que su hermana denunciara los hechos ante su psi y que esa terapeuta se encargue entonces de revelarlos: eso podría desencadenar una “terrible disputa[12], en la que toda la responsabilidad le sería atribuida a él, no solamente porque él es el de más edad, sino también porque –admite él un poco más al día de hoy- su hermana no siempre consentía de manera absoluta, “pero yo tampoco…”  Yo me prometí retomar ese punto con él.  Le hablé entonces de una reformulación de una de mis hipótesis: el error en mi mensaje MSN, cuando evalué la responsabilidad en 50/50, cuando ésta era más bien del orden de 30/30/30.  Le hice reflexionar sobre esos últimos 33% (la no vigilancia de los padres), y como él no encontró de una vez la respuesta, lo dejé que reflexionara sobre eso a manera de enigma. Él insistió otra vez sobre el hecho de que fue él quien decidió parar a los 14 años porque “yo encontraba que ya había actuado  demasiado como un idiota” .  Lo invité por fin a que me contara con más detalle ciertos elementos de su incesto.  Le comenté que si él continuaba sintiéndose mal, eso probablemente se debía a que todavía no había evocado ciertos momentos más difíciles de asumir; él pretendió que no se acordaba en ese momento.

Le propuse que me describiera cómo sucedieron las cosas la primera vez.  Él no pudo evocar, momentáneamente, más que un elemento recordado: ellos estaban en pijama en el dormitorio y se masajeaban la espalda.  Yo le pregunté lo que ellos se contaban, cómo cada quien nombraba el sexo del otro y nombraba lo que estaba ocurriendo… Pero él me respondió que todo pasaba en gran silencio, sin palabras para designar las partes del cuerpo ni las acciones en curso.  Me repitió otra vez que eso era “basic[14]: uno se miraba... yo la tocaba… yo no me masturbaba todavía en esa época”. Le pregunté cómo llegó a masturbarse.  Él encontró los gestos él solo hacia los 11 años.  Comenté que eso es lo que ocurre con muchos muchachos y que así había sido también en mi caso: al principio uno no tiene idea de los gestos que hay que hacer y de repente un conocimiento llega, venido de uno no sabe dónde.  Considero que es importante el reconocerme a mí mismo como ente sexual.  Cuando insistí un poco diciendo: “¿Tú le decías “Muéstrame tu…?”.  Él me respondió que la palabra “Muéstrame” le hacía daño  ya que eso hace creer que era él quien comandaba.

El tiempo pasaba y era la hora de terminar la sesión.  Le agradecí su confianza y añadí que “quedaba pan sobre la plancha” y que una u otra evocación concreta seguía siendo esencial para que él se liberara más en su interior.  Me respondió que no se atrevía a decírmelo cara a cara, pero que seguro me enviaría un correo electrónico para explicarme.  Acordamos una cita en MSN el miércoles siguiente a las 7 p.m. 

 

---- El miércoles en la mañana llamé al padre, quien me confirmó sus preocupaciones parentales.  Luego de haberlo escuchado, le respondí que la situación era análoga al ejemplo que le iba a dar a continuación, pero que no está relacionado con Javier: “Un niño de 11 años empuja a su enemigo de lo alto de la escalera, y éste se queda parapléjico.  El niño agresor no fue aprehendido y no se denunció a sí mismo.  ¿Cómo viviría la cosa a los diez y siete años?[15]  Sobre la base de esa referencia imaginaria, el padre y yo asociamos una cierta cantidad de ideas, en torno a la tolerancia y al apoyo. Le expresé mi impresión de que sería mejor que Javier lograra hablar, a él y/o a su madre, pero que no había que presionarlo.  Al final añadí que sería bueno que le dijera a su hijo, en algún momento oportuno y con sus propias palabras: “Los hijos a veces cometen verdaderas faltas, pero los verdaderos padres pueden comprender y perdonar”.

  1. La salida de la crisis. 

El viernes en la tarde, la madre me llamó para preguntarme si Javier tenía cita esa misma noche.  Se lo codí que él podía escoger entre venir a mi consultorio o utilizar MSM.  Yo vería lo que él escogería y me adaptaría.

A la hora prevista, él estaba en línea.  Por desgracia, el sistema audio estaba defectuoso y la sesión se hizo entonces en chat escrito, con el video conectado.  Él se concentró sobre el intercambio de textos -¡eso le convenía, seguro!  De vez en cuando él sonreía y echaba una ojeada furtiva al centro de su cámara –o sea, que veía que me miraba a los ojos.  Una u otra vez lo animé de nuevo: “¡Vamos, Javier, mírame!” y él sostenía mi mirada durante algunos minutos.  Conservé la impresión que ese tipo de invitación le hacía bien: cuando le pedía que me mirara, no era para juzgarlo sino para hacerle llegar la empatía que yo sentía. 

Sin seguir estrictamente el orden cronológico, he aquí lo que conversamos:

---- Javier quería volver a hablar sobre mi correo electrónico del martes y de las partes que, según él, eran verdaderas o falsas. Le escribí en la pantalla: “Adelante, jefe, te escucho”, terminando la frase con un emoticon (o smiley) sonriente[17].  Él volvió a insistir enseguida sobre el hecho de que él nunca forzó físicamente a su hermana.  Era claro que persuadirme -… ¿y convencerse él mismo?- constituía uno de sus objetivos más importantes.  La imagen que tenía de sí mismo sería muy perjudicada si él tuviera que asumirse, no solamente como de una gran precocidad sexual, ¡sino sobre todo como abusador!  Me explicó que cuando sucedía que a uno de ellos no estaba en esa onda, el otro, el que estaba caliente en ese momento, insistía por la vía de “Por favor” encantadores y a menudo obtenía resultados: ¡seducción de la buena! Le comenté que, si así fue que pasó, eso no es verdaderamente “forzar” al otro.  Se trata más bien de juegos de seducción y de dominación menores que uno encuentra en casi toda relación amorosa.  Pero, más que la manera de funcionar, era la naturaleza de la relación entre él y su hermana, la cual iba mucho más allá del juego sexual, que ya no era normal,

 

 ---- Javier me habló a seguidas de la responsabilidad que él continúa atribuyéndose, principalmente debido a que es un año mayor que su hermana. Le respondí que si él me dijo todo, yo sigo pensando otra cosa y que al querer atribuirse todo él podría mostrar un razonamiento y una cultura un poco machista, como si las chicas no tuvieran ni cerebro ni deseos propios.  Él sonrió.  Le pregunté si resolvió el enigma de las tres veces 33%.  Su respuesta fue no.  Dedicamos un tiempo a eso, y él encontró sin dificultad dos de las terceras partes (su hermana y él), pero el tercer componente (la poca vigilancia de los padres) continúa escapándosele.  Lo invité a que siguiera buscando.

 

 ---- Él habló a seguidas, espontáneamente, de lo que desencadenó o propició su acercamiento sexual hacia Joana cuando él tenía 7 años: fue una escena externa, intensamente captada como recuerdo que le llega a menudo a la memoria desde que era pequeñito. Era algo más bien forzado y desagradable que erótico.  Y era un verdadero enigma para él: ¿Por qué la escena tuvo tal efecto provocante y regresa a su mente tan a menudo?  Entonces, sin darse cuenta de los símbolos ni tener acceso a las asociaciones posibles, Javier me contó una impresionante escena primitiva y salvaje, que perturbó su pequeña vida de siete años: paseándose solos en el campo, su hermana y él vieron un caballo cubrir a una yegua[18], evento que los fascinó a ambos sin que intercambiaran la más mínima palabra sobre eso.  De regreso al apartamento, ellos quisieron imitarlos.  Y ese acoplamiento quedó impreso en letras de fuego en su psiquismo: en cuanto desencadenante del incesto la primera vez y muchas veces después, y como enigma mental penoso y recurrente. 

Interés anecdótico del chat escrito: en vez de escribir correctamente acoplamiento (saillie” en francés), Javier me escribió sucesivamente “sallie” (palabra casi exacta para indicar “ensuciada”: salie) y “saïe”… y se tomó la molestia de añadir ¡que él no sabe casi nunca escribir bien esa palabra[19]! Sin embargo, a la edad en que se ven confrontados a ese tipo de escena, muchos niños tienen representaciones sucias o sádicas de esa escena primitiva, además de que él hizo con su hermana una “sucia” unión contra natura: la posible traducción resumida de esas significaciones en las fantasías ortográfica del joven, ¡eso resulta casi demasiado lindo para ser cierto! Yo le dije cuál era la ortografía exacta sin hacer más comentarios, algo que me hubiera parecido un poco salvaje justo en ese momento.

  

---- Así que más bien le pregunté si en esa época él había tenido la intuición o el conocimiento de que la escena tenía que ver con la sexualidad y la transmisión de la vida, y si él ya conocía algo sobre la sexualidad de los padres y la fabricación de bebés. Javier respondió: “No… yo ni siquiera vi que era un macho y una hembra”.  No, pero él quiso imitar, con su hermana, esa potente unión entre los animales, sus órganos sexuales rápidamente vibraron por sí solos y fue esa imitación lo que él se reprocha.  No me dijo de manera precisa cómo fue que ellos procedieron y eso no coincide de manera clara, en mi mente, con lo que él ya había descrito sobre el masaje recíproco de sus espaldas: habría entonces que aclarar una u otra secuencia de iniciación.  En ese momento, yo expresé la hipótesis de que tal vez también él tenía vergüenza porque ellos quisieron hacer como las bestias, y como bestias adultas, aunque su hermana y él eran humanos y niños.  Sin comentarios.

 

---- En otro momento de la sesión le dije otra vez a Javier que me sentía preocupado por el posible estado psicológico de su hermana: yo dudo que éste sea tan ligero de cargar como lo pretende ella. Sin que eso constituya una obligación[20], Javier podría hablarle sobre nuestro trabajo y tal vez sería bueno que ella viniera a verme junto con él para hablar sobre lo que pasó y así liberarse de eso juntos.  Él me escribió que seguro él lo va a hacer; pero duda que ella acepte desplazarse… pero tal vez sí acepte hablar junto a él vía la cámara web. Respondí que si eso se podía, yo estaba totalmente de acuerdo.

 

---- Más adelante en la sesión, comparé lo que pasó entre ellos a una bajada sobre el tobogán-placer: ¿es un tobogán muy largo con una inclinación cada vez más pronunciada Cada vez resulta más difícil poner las manos en los bordes para frenarse y poder parar: yo le confirmo de esa manera que él tuvo mucho mérito al poder hacer eso a los 14 años y que Joana quería eso también, puesto que ella no procuró reanudar o reiniciar lo que pasaba entre ellos. Javier sonrió y habló sobre el sentimiento de una liberación interior que él experimentó como mucho más intensa en sí mismo.  Lo escuché y para hacerle comprender mejor lo que pensaba a ese respecto, le pedí tomar una hoja de papel y construí con él este gráfico:

Reacción de Javier en cuanto a la abscisa: “Me siento mucho más liberado de lo que usted piensa”.  En cuanto a la ordenada: “¡Uy!”, y luego “¡Uy, uy!”.  Le confirmé que yo no lo forzaría nunca, ni su ritmo ni, más fundamentalmente, sus decisiones con respecto a sus padres, pero que no podía impedirme pensar que sería mejor si ellos pudieran un día hablarles de eso.

 

Fin de la sesión: eran las vacaciones de Todos los Santos, y no podía volver a verlo sino después de 10 días.  Le expresé entonces que si él quería escribirme, podía hacerlo (a mi dirección electrónica profesional).  Y le puse la cita siguiente, en sesión encarnada. 

  Resumen de la continuación de la psicoterapia.

 

La psicoterapia individual de Javier continuó durante tres meses, al ritmo de dos veces por semana.  Sus angustias, su abatimiento y su mala imagen de sí mismo fueron mejorándose, primero irregularmente, subiendo y bajando, y luego de manera más regular.

Un día, sin que yo me lo esperara, él me agradeció y me dijo que ya podía caminar solo.  Desde hacía un cierto tiempo, nosotros ya casi no hablábamos del incesto, sino de sus proyectos, conflictos con sus padres, dificultades en la escuela y otros temas típicos de la adolescencia.

Yo seguí preguntándole, de vez en cuando, sobre la evolución de Joana, indicándole que mi puerta permanecía abierta, y él me respondía que ella iba a ver a su psi y que parecía más relajada

 

Durante esta segunda fase, yo recibí dos veces a Javier en compañía de sus padres, a mitad del proceso y al final.  Encuentros en los que yo “caminaba sobre cascarones de huevos” puesto que debía limitarme a decir que Javier le estaba sacando provecho al trabajo conmigo para recuperar la confianza en sí mismo y la serenidad, pero sin salirme más de ahí de la confidencialidad.  Afortunadamente, otras cuestiones fueron evocadas por los padres, en torno a la vida cotidiana y a la escuela, y el tiempo fue bien ocupado por esos temas.

Así que Javier se fue, en mejor estado emocional pero con la cicatriz todavía dolorosa de lo que él y su hermana habían hecho.  O sea, con una pizca de vergüenza y de tristeza

 

, ¿pero era verdaderamente posible evitar eso?  Posteriormente, me enteré de vez en cuando de cómo le iba: tenía una novia y parecía insertarse normalmente en la vida profesional.

Discusion del trabajo terapeutico 

A  propósito de la sexualidad.

 El incesto dentro del grupo fraterno. 

No utilicemos con ligereza  el término “incesto”.  Yo explico eso en mi libro La sexualidad de los niños (2004, p. 146 y siguientes). Resumiendo, existen cuatro categorías de prácticas sexuales posibles[21] en los grupos fraternos.  Yendo de lo más a lo menos frecuente tenemos:

 ---- Los juegos sexuales, incluso búsquedas a la franca de placer sexual mutuamente consentidas (por ejemplo masturbación en común de jóvenes adolescentes), usualmente episódicas, sin que se añada un componente afectivo particular relacionado con el estatus fraterno. El hermano o la hermana es simplemente identificado como el compinche más cercano al que le pudieron echarle mano (si me atrevo a decirlo así…)

---- Los verdaderos abusos sexuales se realizan con violencia física o intelectual ejercida sobre la víctima. Ellos tampoco apuntan específicamente hacia el hermano o a la hermana en tanto tal, sino a la “presa más cercana”.  Los abusos dentro del grupo fraterno, como todos los otros, son dictados, en proporción variable, tanto por la búsqueda del placer sexual como por la búsqueda de poder.

---- Aún más raros son los verdaderos incestos consentidos por ambas partes, lo más a menudo con una duración de media a larga, y esos se reparten en dos sub-grupos principales:

No son, entonces, fundamentalmente los criterios externos, como la diferencia de edad[23], los que determinan a cuál categoría estamos confrontados, sino más bien las cosas que se viven o experimentan, los objetivos perseguidos, la importancia que se le da o no  al hecho de que sea específicamente a un hermano o hermana a quien uno se dirige, etc.

 Por qué esta aventura incestuosa entre Javier y su hermana?

 ---- Al inicio, muy probablemente se trató de un juego sexual entre niños, que se transformó poco a poco en hábito incestuoso de viejos amantes. Después de cierto tiempo, Javier y su hermana se bastaron a sí mismos y ya no buscaron más, ni el amor, ni una pareja sexual en el exterior. ¿Por qué eso evolucionó de esa manera?

 

---- Al principio, existieron sin duda dinamismos que empujaron fuertemente a esos niños a realizar pequeñas prácticas sexuales: la curiosidad, el deseo de crecer e identificarse con la escena desbordante de vida percibida en los dos caballos, el desafío, la excitación experimentada al hacer cosas especiales y atrevidas, y una cierta ternura entre niños.  ¿No habrán ellos querido también,  inconscientemente, reemplazar a sus padres ausentes y divorciados, al jugar o representar, en la soledad en que ellos se encontraban, una escena primitiva, instintiva, de la cual ellos no podían percibir ninguna manifestación proveniente de sus progenitores. A seguidas, a ellos les gustaron cada vez más los actos realizados, por el placer y la complicidad vividos e incluso llegando hasta un inicio de adicción.  Entonces, un conjunto de condiciones contextuales y personales banales los llevó a entrar cada vez más profundamente en el mundo del sexo, y a apreciarlo.

 

 ---- Pero nunca hay que desesperarse con el ser humano, capaz tanto de lo mejor como de lo peor. “Nada está nunca adquirido por el hombre” escribía el célebre poeta francés Aragón, y eso puede ser verdad también a propósito de la capacidad de recuperarse, de recuperar las riendas de sí mismo. Hacia los 14 años, las dimensiones más sociables, las más adaptadas a la realidad social, presentes en la personalidad de esos jóvenes, se expresaron y los hicieron detener su “baile de malditos” ‘La inteligencia introspectiva y la conciencia moral de cada uno se habían desarrollado suficientemente, al igual que sus capacidades de anticipar los verdaderos riesgos.

Cuando luego volví a retomar con Javier la frase “Yo vi que eso iba demasiado excesivo”, él me comentó lo que significaba, poquito a poquito.  Habló de los riesgos sociales, que son los más fáciles de evocar (miedo de embarazar a su hermana y de la perturbación social que eso provocaría; miedo de ser acusado él y solamente él).  Pero también me dijo cosas más íntimas del ámbito de los valores: “Ya no me gustaba que ella viera mi esperma… yo pensé: “es mi hermana, comoquiera… Yo no puedo continuar a cogerla como lo hago… yo debo encontrarme una amiga”.  En resumen, fue en ese momento que el tabú del incesto tomó todo su sentido para él (y para Joana) y ellos no quisieron pasar del estatus de amantes debutantes extraviados al de amantes diabólicos confirmados y establecidos. 

 

 Hacer detenerse una práctica incestuosa en un menor 

 

Aquí me refiero tanto a los verdaderos incestos entre menores, como a aquellos consumados entre un menor y un adulto ligados por la sangre o por un lazo de adopción, con pasión amorosa bilateral.

Para Javier y Joana no hubo problema, ellos pararon por sí solos.  Sin embargo, eso no es siempre el caso.  Otros menores se aferran apasionadamente al incesto que establecieron y tratan de defenderlo con uñas y dientes.  Niegan la dimensión no natural de esta relación, ya sea que la desaprobación personal sea reprimida, o porque esa desaprobación se haya ido diluyendo hasta morir con el tiempo, o incluso que ésta no haya existido nunca.  Ellos no piensan más que en el amor que comparten con su pareja, en las satisfacciones e incluso privilegios afectivos recibidos y, en una medida variable, en los placeres sexuales vivenciados. Rivalizar y diferenciarse excepcionalmente de los otros puede ser un objetivo importante para ellos también, al igual que el hecho de oponerse radicalmente a la sociedad.

 

Si se trata de menores que reaccionan de esa manera después de que su incesto es descubierto, nuestra responsabilidad de educadores está totalmente comprometida y no podemos demitir.

 

Apoyándome en mi experiencia, creo que un tratamiento psicoterapéutico con tales menores que se obstinan, la mayoría de las veces constituye una ilusión, si consideramos el tratamiento como una perspectiva de ponerlos a renunciar “por sí mismos”: el diálogo cae enseguida en un “pulseo” entre ellos y la sociedad y perciben al terapeuta como ejerciendo más o menos sutilmente una tentativa castradora[24]

 

No obstante, eso no quiere decir que la comunidad adulta deba callarse: nosotros podemos escuchar al menor en cuestión si él tiene deseos de hablar (sin darle la ilusión de que él podría entonces “anotar puntos” en un partido que tenga como objetivo persuadir al adulto).  Expresar la empatía que sentimos con respecto a lo que él vivió y que fue para él excepcionalmente agradable, y también respecto a la cólera y el sufrimiento que provoca- también en él mismo- la perspectiva de que eso cese.  Dicho esto, queda todavía la tarea de enunciar claramente que el incesto es fundamentalmente prohibido y por qué.

 

Y luego, sin discutir más, la comunidad debe tomar medidas que separen efectivamente los partenaires del incesto, al menos hasta que el joven llegue a la mayoría de edad (medidas judiciales impuestas al adulto o/y a los protagonistas menores del incesto.  Alejamiento decidido de común acuerdo; vigilancia lúcida de lo que pase a continuación, algo que no resulta para nada fácil en la era del Facebook y de los teléfonos móviles).  El resultado está lejos de estar garantizado, pero la firmeza y la vigilancia hay que mantenerlas con determinación, sin que se debiliten o desmoronen.  Eventuales conversaciones pueden proseguirse con el(los) menor(es) implicado(s), sin violentar su(s) derechos a implicarse emocionalmente o no. 

  1. ¿Cuáles fueron los objetivos y métodos del tratamiento? 

  1. ¡Fueron dirigidos a Javier mismo, indudablemente! Él tenía una demanda terapéutica inicial, la de poder liberarse del temor a la muerte que lo habitaba desde hacía varias semanas.

¿Solicitud sospechosa? Tenemos además el derecho de pensar que él tenía un miedo pánico de que su hermana hiciera revelaciones a su psi y que entonces el cielo le cayera sobre la cabeza (¡los rayos de Zeus, contra un impertinente acto incestuoso, al igual que en la mitología griega!). Sin embargo, sus angustias se fueron resorbiendo al correr del tiempo, a pesar de que nunca haya estado seguro de las revelaciones que pudo hacer Joana.  Yo me dije, entonces, que su malestar era más sordo[25] y más antiguo que lo que lo llevó a buscar ayuda terapéutica.  Fue él quien contribuyó a hacer parar el incesto, pero sin embargo su malestar no había desaparecido.  Por eso yo lo traté como a un paciente deprimido y con una dimensión neurótica añadida.

  1. Me imagine que su sentimiento de mejoría hubiera sido todavía más completo si él hubiera podido dialogar con Joana frente a mí. En añadidura, yo hubiera podido darme cuenta de una manera más completa del camino que ella también siguió y tal vez darle ánimos para que ella se liberara todavía más.  Se lo propuse una u otra vez a Javier, pero él no fue capaz o no tuvo deseos de invitarla, y yo respeté su libertad.
  2. Y la respeté otra vez al no asociar tampoco a los padres. Elección de Javier, dictada por su angustia, sin duda, pero tal vez también por otras motivaciones: reivindicación de su intimidad y de un derecho a su jardín secreto; cólera ante sus padres que no habían sabido ser vigilantes… 

En un primer tiempo, yo pensé y así se lo dije, que él se sentiría todavía mejor si él y su hermana lograran hablar con los padres.  A éstos yo me los representaba como los elementos más centrales de esta comunidad humana de la cual ellos habían transgredido una Ley fundamental.

Imaginaba entonces que, durante ese encuentro solemne, habría reconocimiento de la falta, luego amonestación, luego perdón y que ese proceso constituiría un “bono” en la reparación de sí mismo de Javier y de Joanna.  En mi mente, todavía, un diálogo ideal debería incluir en la mente de los padres, un reconocimiento – sin embargo perdonable- de la falta de vigilancia en que incurrieron.

 

Según ha pasado el tiempo, no obstante, me siento con menos certeza al pensar que esa confesión podría haber sido verdaderamente reestructurante.  ¿Cuáles son los argumentos en contra de poner a los padres al corriente de lo que sucedió?

 

  1. Confidencialidad y psicoterapias individuales de los menores de edad. 

Mi posición con respecto a la confidencialidad es diferente según se trate de psicoterapias individuales con niños o con adolescentes.  Explico mi posición en el artículo Secretos de familia, confidencialidad y terapias (2001). 

En el caso de los niños, prefiero mantener a los padres al corriente de las grandes líneas de lo que pasa en la psicoterapia, pero sin entrar en los detalles de lo que el niño hace o cuenta en la sesión.  Mi objetivo es movilizar lo que viven los padres y extraer implicaciones útiles para la educación cotidiana.  Todo esto realizado con delicadeza, sin poner al niño o a su familia en dificultad: lo que yo comunico, evidentemente no debe causar en los padres una mayor angustia, resentimiento o rechazo hacia mi pequeño cliente.

 

En lo que respecta al adolescente, incluso jovencito, pienso al contrario que él tiene derecho a una confidencialidad total, tema que trato con él y sus padres antes de iniciar la psicoterapia.  Así, yo expreso a su familia que reconozco al joven el derecho a la intimidad, a la autonomía del pensamiento, a la no-dependencia y a la diferenciación con respecto a sus progenitores.  Trabajo de esa manera con todos, incluso con aquellos que tienen todavía miedo de emprender el vuelo y que cuentan todavía (casi) todo a sus padres.

 

Los encuentros con éstos tienen lugar, en regla general en presencia del adolescente, pero es para decir que la terapia sigue su curso y que no les puedo contar nada.  Comoquiera hay temas que los padres quieren abordar, usualmente con una pequeña puya para hacerme comprender que el adolescente no va tan bien como podría pensarse, que él es difícil de vivir en la casa y que tal vez me manipula ; pero al menos los padres no se sienten dejados de lado.

 

Un fuerte respeto a la confidencialidad es una condición a menudo necesaria para que el adolescente se atreva a lanzarse a hablar de sus asuntos más personales, ¡cuando le salga hacerlo!  Una especie de “tambor árabe” [en dominicano decimos “radio bemba”] funciona entre los jóvenes y ellos adivinan quiénes son los interventores capaces de aguantar la lengua y aquellos que se precipitan a parlotear en los equipos de trabajo, los reportes escritos y otros señalamientos.

 

Ese respecto no tiene nada que ver con una posición o actitud de aprobación, o de complicidad, con respecto a las transgresiones que el adolescente venga a contar.  Esto también hay que hacer que él lo comprenda: él viene a trabajar donde mí para reflexionar, sentirse feliz de estar vivo y hacer elecciones juiciosas.  Sus transgresiones hacen parte del desarrollo, pero eso que él cuenta es objeto de reflexión y no de placer compartido! Y si esas transgresiones son graves y destructivas, y van contra las Prohibiciones fundamentales, yo tengo que señalarle que eso está mal, pedirle que renuncie a eso y trabajar para que él lo logre.

 

Ese trabajo dirigido a que se abandonen las transgresiones graves, al igual que los comportamientos significativamente peligrosos, ¿incluye que el terapeuta deba pasarle por encima a esta confidencialidad tan valiosa? ¡Ciertamente no ipso facto! Tres condiciones deben estar reunidas para que uno se decida a ello, una conjunción que no se ve frecuentemente en nuestro trabajo:

En lo que concierne a Javier, ¡la primera condición ya no se daba! 

Confidencias y confidencialidad.

 

En los tiempos actuales, y en nuestra sociedad de consumo, el niño grande o el adolescente corren más riesgos que antes de meterse en graves problemas: robos, juegos de azar, consumo adictivo de productos ilícitos, humillaciones a los otros, actos agresivos y también enredos sexuales.  Si ese joven identifica ciertos adultos y particularmente si nosotros los profesionales somos dignos de confianza, dispuestos a escuchar sus verdaderos aprietos, no comportándonos de entrada ni represivos ni ingenuamente directivos, él nos comunicará más fácilmente una parte de tal o cual situación preocupante de la que teme las consecuencias.  Por ejemplo, limitándonos al campo sexual, él eyaculó sin protección sobre la vulva de su amiguita y tiene miedo de que salga embarazada; él “hizo cosas” con uno más joven y no se siente orgulloso de sí mismo; él cayó en una trampa en la cámara web y sus proezas masturbatorias podrían ser una delicia para los perversos del internet, tal vez incluso lo chantajearon; él aceptó dinero de un adulto para ser filmado desnudo(a) en el contexto de una cita tomada por internet, etc.

 

¿Cómo manejar esas confidencias bien contemporáneas en el contexto de entrevistas psicológicas o de psicoterapias?

Una vez que el joven ha evocado su vergüenza o aprieto, es raro que se trate de una verdadera urgencia: nosotros podemos entonces darnos el tiempo de comprender bien, aunque haya que poner las sesiones a una mayor frecuencia (eventualmente con un pretexto cualquiera). La confidencialidad sigue siendo un valor, considero yo, y por lo tanto no es evidente que nosotros debamos precipitarnos hacia los padres para ponerlos al corriente, ni tampoco ir donde los eventuales responsables de la escuela, de las agencias sociales, ni donde la policía o la justicia.  Lo contrario tampoco es cierto: verdaderamente hay que reflexionar bien sobre los peligros futuros que corre el joven o que él hace correr a los demás y a la mayor eficacia que nosotros atribuimos a aquellos que serían informados, que son los únicos motivos válidos para salir de la confidencialidad con o sin consentimiento del joven.

 

Para salir del mal paso en el que se metió, el joven podría a veces reflexionar por sí mismo y modificar ciertos comportamientos, intercambiando ideas con nosotros y apoyándose en los estímulos que les damos: ¡es la vía más simple! A veces, él tendría mucha necesidad de ayuda exterior (sus padres… un servicio de policía especializada en informática, etc.).  Nosotros podemos documentarnos e incrementar nuestra propia información, por ejemplo presentando nosotros mismos el problema de manera anónima a un policía especializado.  A continuación, discutiremos con el joven y analizaremos con él el pro y el contra de hablar de su problema en el exterior.

En fin, el joven a veces se mete en un mal paso irreversible: yo no veo cómo nosotros podríamos hacer para que se pueda corregir una imagen hard del joven que ya se está difundiendo en internet.  A nosotros nos toca trabajar sobre sus angustias y su sentimiento de vergüenza, ayudarle a recuperar la confianza en sí mismo y también el deseo y los medios de ser más prudente en el futuro. 

Los anexos 

Anexo 1: el primer email (el primer domingo en la noche):

 

Querido Javier,

 

Me sentí muy conmovido por tu valentía y tu confianza.  He aquí algunas reflexiones personales que me llegaron a la mente luego de tu partida:

 

Como ves, tenemos pan sobre la plancha…  

Anexo 2: el email del martes en la mañana luego de la sesión de crisis de la noche anterior:

 

Buenas noches, Javier,

De aquí hasta mañana, tengo algunas pequeñas sugerencias:

Para que te liberes verdaderamente, hay que trabajar con lo más difícil, es decir los pocos porcentajes que quedan por tratar. ¿Verdaderamente lo que pasaba era en silencio, o no te gustaría pensar en las palabras que fueron pronunciadas o al tipo de guiones que ustedes inventaban? Una cuestión probablemente también muy difícil, y para la que tendrás necesidad de tu honestidad total para responder: ¿cuál era el porcentaje de las veces en que ustedes estuvieron de acuerdo los dos? ¿O tú no estabas de acuerdo? ¿O ella no estaba de acuerdo? Cuándo ella no estaba de acuerdo, ¿cuál era el porcentaje de veces en las que tu cediste y no la forzaste? ¿Forzada cómo?

¿Todo eso no te resulta divertido, Javier? OK, pero es del éxito futuro de tu vida de lo que se trata… 

Cordialmente,

 

Notes 

[1] En la época de esta psicoterapia, MSM era, y por mucho, la mensajería instantánea más popular de internet.  Para los hipotéticos lectores que no conozcan mucho el tema, dos personas se comunican en privado por medio de la pantalla de la computadora, ya sea simplemente con textos escribiendo las frases que se suceden sobre la pantalla, o añadiendo la posibilidad de verse por medio de una cámara web, o/y hablarse de manera oral por medio de un micrófono. 

[2] A diferencia de las sesiones “en carne y hueso” o en persona, una sesión con webcam es, la mayor parte del tiempo, un amplio primer plano fijo sobre dos caras: las mímicas, sus estados de ánimo, la expresión corporal de los sentimientos de los dos interlocutores se ven entonces traducidos y percibidos ¡con una intensidad implacable!

[N.B.: para designar las sesiones habituales, donde hay una co-presencia material, emplearé indistintamente los términos encarnado, concreto, IRL (in the real life)]

[3] ¡Habría que ver! ¿No estoy siendo demasiado optimista? ¿No tenemos todos nosotros dimensiones inconfesables, “darkside”, que podríamos llegar a actuar en la realidad?[4] Hay que tener en cuenta que todo esto viene de un joven que no tiene nada de histérico y que no percibo, de ninguna manera, ocupado a “jugar a las escondidas” conmigo!  ¡Yo sentí que él estaba verdaderamente muerto de vergüenza y de culpabilidad! 

[5] Comenzó diciéndome que fue entre sus 10 y 13 años, pero luego, ante algunas de mis expresiones de asombro, terminó por admitir que fue entre sus 7 y sus 14 años.

[7]  La primera vez, él se crispó primero alrededor de la palabra “sexual”; me pidió que esperara y se levantó para ir a ver si las puertas de su dormitorio estaban bien cerradas.  La utilización de la cámara web plantea, de una forma nueva, el problema de la intimidad y de eventuales “espías” que pudieran estar presentes en una de las piezas, escuchando, a veces sin que lo sepa uno u otro de los interlocutores, a veces con la complicidad de uno de ellos.  Y también tenemos la cuestión del destino que uno reserva al texto escrito: ¿simplemente que pase, o uno lo guarda impreso? Esas eventualidades, muy concretas, pueden plantearse, más allá de los temores que muy probablemente Jérémie estaba generando en ese momento. 

[8] El método Coué consiste en considerar que toda idea que se grabe en nuestra mente tiende a convertirse en realidad, siempre que eso se encuentre en el límite de lo posible. 

[9]   J.-Y. Hayez, La sexualité des enfants [La sexualidad de los niños].  Ed. Odile Jacob, 2004. ¿Por qué esta proposición? Porque es una manera de informarle lo que yo pienso “objetivamente”, sin referirme directamente a él: así él puede leer mi pensamiento tal como lo expongo a la comunidad.  Entonces, eso impide la idea eventual de que “Él me dijo eso, pero era en función de mí, a causa de lo que yo soy, pero en realidad él no lo piensa así verdaderamente”. 

[10] Evangelio de San Juan, 9. 3-11. 

[11] Lo que no niega la posibilidad de la falta, sino que recuerda la universalidad de ésta en nuestra condición humana.

[12] Los rayos de Zeus, de alguna manera, en referencia a la vida disoluta y turbulenta de los dioses griegos, ¡quienes no son especialmente un modelo del respeto al tabú del incesto! 

[14] Él me había dicho ya que el contrario de basic era penetración (bajo todas sus formas), así que yo no le pedí más precisiones.

[15] En ese momento yo no encontré más que ese ejemplo cojo, no completamente adaptado, ya que éste hace cargar sobre el joven, y sobre él solo, el peso de una falta muy pesada.  Reflexionando con más tiempo, yo hubiera podido encontrar otro ejemplo, más colectivo y con consecuencias menos irreversibles.

[16] A la sesión siguiente, yo no me referí a la cita no realizada sino de manera incidental o casual en el transcurso de nuestro diálogo.  Él me respondió igualmente incidentalmente que fue porque él se sentía bloqueado y que no habría querido estar frente a mí sin nada que decir.  Y como él sabía la hora de nuestra próxima cita, no consideró útil reportarse antes.  “Ok”, respondí yo sin más.

[17] Para quienes no están habituados a chatear: si usted escribe al final de una frase los signos:-), lo que aparecerá ante su interlocutor es un emoticon (o smiley) sonriendo, es decir una especie de pequeño sol redondo y amarillo, con dos puntos para los ojos y una sonrisa.  Mire los signos inclinando su cabeza hacia la izquierda y comprenderá que estamos en el campo… de lo simbólico.  Es sólo a los ojos de los renuentes al cambio que el internet mata toda la riqueza de la comunicación, y sobre todo la de los sentimientos: de hecho, el humano ha adaptado la tecnología… para que ésta se mantenga humana. 

[18] Versión más contemporánea del pequeño Hans, tan lindamente descrita por Freud; decididamente, ¡los caballos y sus pelvis continúan a inspirar a los niños!

[19] Cuando uno sabe cómo es la ortografía de los adolescentes en los chat, ¡ese único momento de introspección cognitiva espontánea proveniente de Javier es probablemente significativo!

[20] Discutiré más adelante sobre el derecho a la confidencialidad.  Por otro lado, salvar al mundo entero es una fantasía: un trabajo terapéutico individual implica que nosotros pongamos a reflexionar la persona acerca de sus relaciones y su contexto social… pero no que nos movilicemos activamente hacia los miembros de su familia para aliviar sus sufrimientos: ¡eso es el límite de poder terapéutico que nos toca aceptar con humildad!

[21] ¿Posibles? En una gran cantidad de grupos fraternos, las relaciones fraternas permanecen castas o casi. 

[22] A este respecto, leer lindas novelas como son Los meteoros, de Michel Tournier (1975), o El cordero carnívoro de Agustín Gómez-Arcos (1975).  La fusión debe entenderse en los dos sentidos: acercamiento muy intenso, con-fusión de los cuerpos y de los seres, y también: aspecto tórrido, hirviente, very hot. 

[23] Con una salvedad: cuando los niños pequeños (hasta seis, siete años) son requeridos por uno más grande (más de cuatro o cinco años de diferencia de edad), ellos no comprenden verdaderamente a cuál juego lo están invitando a jugar, por lo que son engañados por el de mayor edad de manera intencional (entonces se trata de un abuso), o no intencionalmente (entonces hay que poner a reflexionar al mayor e prohibirles reincidir).

[24] Sucede eso mismo con cualquier otra tentativa de diálogo entablado con la misma perspectiva y emanando de no importa cuál otro adulto testigo de lo que pasa.  

[25] Sordo en las dos significaciones francesas del término:

[26] Hablo de eso en el libro “La parole de l’enfant en souffrance ‘(“La palabra del niño que sufre), escrito junto a E. de Becker (2010, p. 249 y siguientes).